Nuestro hijo pasa por fases culinarias muy especiales. De repente se aficiona a algo y se pasa un par de semanas pidiéndolo hasta que se cansa y pasa a otra cosa. Últimamente está en su fase San Jacobo. Se trata de un plato muy socorrido para los más pequeños. Lo raro es encontrar un niño que no le guste. Pero él se lo toma muy en serio: es ir a un restaurante y cuando llega el camarero, antes de darle tiempo a hablar, él ya dice: “yo quiero San Jacobo”.
Pero, claro, no todos los restaurantes del mundo tienen ese plato, así que antes de salir tengo que cerciorarme de que la zona a la que vamos tengan San Jacobos congelados para hosteleria, porque sé que lo va a pedir. Desde luego que si no lo tienen va a tener una perreta, y al final terminaría comiendo otra cosa, pero como sabemos que son fases que duran poco, tampoco nos importa demasiado. Y es que este chico no se caracteriza por comer mal, aunque lo parezca por lo que he dicho hasta ahora.
En casa es diferente, es muy raro que proteste por la comida y se suele comer lo que le ponemos. Es fan del pescado, algo no tan habitual si hablamos de niños, y tampoco le hace ascos a la verdura. Y con la fruta tiene un idilio desde que era bien pequeñito. Al principio, recuerdo que no toleraba muy bien los purés de fruta hasta que una pediatra nos recomendó que la calentáramos antes de que servirla, como si fuera compota. Y empezó a gustarle. Ahora come casi más fruta que nosotros.
Por eso no me importa tanto si he de buscar restaurantes que tengan San Jacobos congelados para hostelería antes de salir. Supongo que como muchos adultos cuando salen a cenar, lo ven como un evento especial en el que quieren disfrutar de forma especial. Si al llegar a casa nos volviese a pedir otro San Jacobo, pues igual le tendríamos que ponerle freno. Pero él parece saber que tiene que comer de todo… y, de vez en cuando, un capricho.