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Mi aventura con el bricolaje

La decisión de cambiar el viejo telefonillo de mi casa en Ferrol por un moderno videoportero llevaba tiempo rondándome la cabeza. Harto de no saber quién llamaba y con ganas de un extra de seguridad, me lancé a la compra de un kit que, según la caja, prometía una «instalación sencilla». Iluso de mí, pensé que sería coser y cantar, pero la realidad me tenía preparada una pequeña odisea de cables, tacos y alguna que otra frustración.

Mi primer impulso, lo reconozco, fue buscar en internet «instalar videoportero Ferrol» y la pantalla se llenó de nombres de empresas locales como Acesa o Electromontajes Roa. Estuve a punto de descolgar el teléfono, pero un orgullo repentino me invadió. ¿No iba a ser yo capaz de conectar unos cuantos cables? Así que, armado de valor y con una taza de café, me sumergí en el mundo de los tutoriales de bricolaje.

El primer paso fue desinstalar el antiguo aparato. Al quitar la carcasa, me encontré con una maraña de cables de colores que no se parecía en nada a los pulcros esquemas que había visto online. El pánico inicial dio paso a la paciencia. Con mi móvil, saqué varias fotos desde todos los ángulos posibles antes de tocar nada, un consejo que resultó ser mi salvación. El antiguo sistema era analógico, con más hilos de los que esperaba, y mi nuevo videoportero, digital, solo necesitaba dos. La clave estaba en identificar los cables de la alimentación y los de la apertura de la puerta.

El manual del nuevo dispositivo se convirtió en mi biblia. Con un destornillador buscapolos, identifiqué la corriente y, poco a poco, fui conectando la nueva placa exterior. La fachada de mi casa, de piedra, me obligó a emplearme a fondo con el taladro percutor para fijar el soporte. Luego vino el monitor interior, aprovechando la caja de empotrar existente, aunque tuve que hacer nuevos agujeros porque, por supuesto, las sujeciones no coincidían.

El momento de la verdad llegó al dar de nuevo la luz. El monitor se encendió, ¡primera victoria! Pero al pulsar el botón de llamada, solo se oía un zumbido. Vuelta a empezar. Revisé las conexiones una por una, apretando cada tornillo. Resultó que uno de los cables de la placa exterior no hacía buen contacto. Tras solucionarlo, volví a probar y, ¡eureka! La imagen nítida de la calle apareció en mi pantalla y el sonido era claro. La satisfacción de ver que todo funcionaba, gracias a mi propio esfuerzo, fue inmensa. Ahora, cada vez que alguien llama, no solo veo quién es, sino que recuerdo mi pequeña gran hazaña de bricolaje aquí, en mi rincón de Ferrol.