Por fin llegó el día. Mi madre ha decidido cambiar la cocina después de ‘amenazar’ durante 20 años. Aunque fue uno de sus principales objetivos durante todo este tiempo, al final siempre aparecía un gasto más urgente y lo de la cocina quedaba para más adelante… Y tan adelante.
Cuándo los hijos llegábamos a casa, siempre era el tema de conversación: ¿pero cómo no cambias ya la cocina? Entonces, nuestra madre ponía cara de pocos amigos, y nosotros huíamos espantados. Y es que nosotros también teníamos bastante responsabilidad en el hecho de que no se cambiara la cocina cuando tocaba: tres hijos dan muchos gastos.
Pero, por fin, mi madre logró ahorrar suficiente dinero para este tema y se puso en contacto con varias empresas de reformas de cocinas. Aunque mi padre también quería ‘meter baza’, mi madre se tomó el tema como un asunto personal y no dejó a nadie intervenir: era ella contra la cocina, un duelo con muchos años de historia.
Menos la mesa, una preciosidad de granito, mi madre lo cambió todo: desde los fogones, poniendo una cocina de inducción, hasta la tarima, los armarios y los electrodomésticos: bueno, lo que se dice una reforma integral. Hasta aprovechó para modificar la ventana y poner cristal doble, otra ‘vieja aspiración’.
Cuando un día recibí un WhatsApp de mi madre y lo abrí me empecé a carcajear: era ella posando con su lavavajillas. Una foto hilarante que tiene su explicación. En la primera cocina no había espacio suficiente para ese aparato, o eso nos dijeron. Pero los de la empresa de reformas de cocinas que contrató mi madre sí que encontraron hueco. 20 años lavando platos son muchos años, así que la foto, con esa sonrisa de oreja a oreja, tiene toda su razón de ser.
Aunque el coste ha sido considerable, ha quedado de cine. Y solo por ver la cara de satisfacción de mi madre, ya ha merecido la pena. Entre todos hemos ayudado un poco y esperamos a la próxima vez que nos reunamos para sacar una foto en grupo… con el flamante lavavajillas.