La decisión de cambiar el viejo telefonillo de mi casa en Ferrol por un moderno videoportero llevaba tiempo rondándome la cabeza. Harto de no saber quién llamaba y con ganas de un extra de seguridad, me lancé a la compra de un kit que, según la caja, prometía una «instalación sencilla». Iluso de mí, pensé que sería coser y cantar, pero la realidad me tenía preparada una pequeña odisea de