Siempre tengo una extraña sensación cuando termino un viaje, es una especie de melancolía por tener que volver a la rutina, por tener que dejar de vivir esas experiencias siempre intensas que se suelen vivir siempre de viaje. Pero, por otro lado, también siento un poco de ansiedad, casi de deseo de regresar porque sé que vivir permanentemente de viaje, al menos para mí, no es una opción.
Y con todas esas sensaciones contradictorias me encontraba yo en el barco vigo islas cies, la última parada de este viaje por el norte que arrancó hace dos semanas en la otra punta del Cantábrico. Llevaba tiempo con ganas de hacer algo así, porque nací en el norte, pero llevo muchos años viviendo en otras latitudes. Por supuesto, conozco el norte, pero no tan a fondo como me gustaría.
Por ejemplo, esta última parada del viaje es algo que nunca había hecho. Por una razón u otra nunca había tomado el barco Vigo islas cíes, una de las grandes leyendas de Galicia. Porque las islas Cíes son uno de los paraísos más famosos del norte de España. Y lo es gracias a que se ha seguido una estricta política de protección medioambiental sin permitir la urbanización del litoral de las islas. Si algo así se hubiera hecho en otros tesoros naturales de España, otro gallo cantaría.
Como digo, aunque conozco más o menos bien Galicia, nunca pude ir a las Cíes. Y es que para viajar se tienen que dar dos importantes factores que, a menudo, se contradicen: tener tiempo y tener dinero. Porque para tener dinero hay que trabajar, pero cuando se trabaja, escasea el tiempo libre. Por eso me hace un poco la puñeta toda esa gente que se enorgullece de su afición por los viajes. Sí, sí, a mí también me gusta viajar, pero…
Pero bueno, este verano me he desquitado un poco. Con unos ahorros y algo de tiempo libre, he logrado hacer este viaje por el norte que me ha permitido redescubrir muchos rincones, y descubrir por primera vez otros muchos que nunca olvidaré.