La conocí hace varios años en un taller de pintura. Era una mujer muy especial en todos los sentidos. En ocasiones parecía estar en otro mundo, pero, de repente, aterrizaba en el nuestro para decir la frase justa: no había nadie como ella para encontrar poesía en los sucesos más vulgares o cotidianos. Pero también era una mujer con mucho amor propio y le costaba asumir las críticas. Suele suceder cuando pones mucho de ti en tu trabajo: no llevas bien que alguien externo llegue y se ponga a decir “esto se hace así y esto asá”.
Yo nunca he sido una persona a la que le guste saber mucho sobre la vida personal de sus alumnos, pero había escuchado que había tenido sus problemas de salud en el pasado: alguien dijo algo relacionado con cancer de esofago. Pero ni pregunté al respecto ni quise saber más. Paradójicamente cuando yo la estaba viendo mejor, dejó de venir al taller. Y entonces una amiga personal nos dijo que se le había vuelto a reproducir el cáncer. No quiso especificar mucho más, pero por el tono de voz y su semblante supimos que era algo grave.
Un par de meses más tarde me llamó por teléfono. Se disculpó por no poder asistir al taller: dijo que se sentía con fuerzas y que seguía pintando, pero esperaba a la siguiente temporada para volver a unirse a nosotros. Por supuesto, yo le dije que lo primero era recuperarse antes de pensar en otras cosas más ambiciosas. Fue entonces cuando me confirmó que se le había reproducido el cancer de esófago pero que los médicos tenían esperanza. Pero yo sé lo que, en realidad, me estaba diciendo.
No volví a hablar más con ella. Dos meses más tarde alguien me informó de la noticia. No por esperada dejó de ser más dura. Nunca he entendido muy bien la muerte ni el luto porque no me ha golpeado demasiado, pero aquel hecho me dejó ensimismado durante días. Se me ocurrió hacer una exposición con sus mejores obras en la galería de un amigo, pidiendo permiso a su familia. Así todos pudimos recordar el increíble talento de esta pintora que nunca quiso sentirse profesional.