Los porteros de la urba

Yo me fío antes de un político corrupto que del portero de un edificio. Con todo el respeto a ambas profesiones (tanto la de político corrupto como la del portero) he llegado a la conclusión de que no suelen ser personas de fiar. Lo del político corrupto no merece más explicaciones, pero sí lo del portero, ¿no?

Un portero, por lo general, se aburre mucho. Así me lo han dicho a mí: “cuando es verano o en puentes, no sabemos qué hacer porque no hay nadie con quien hablar”. Cuando uno se aburre, es más “peligroso”, porque se le empiezan a ocurrir cosas. Y, además, un portero sabe tanto sobre la gente que vive en su edificio como el CNI de todos los españoles: no tengas duda, un portero conoce todos tus secretos.

El día que llegué a mi nueva casa cometí un par de errores: entre ellos, confiar en los porteros. Al poco de llegar se me estropeó una de las cortinas venecianas de aluminio y no sabía a quién acudir, así que pregunté a un portero que me recomendó un manitas de su confianza. Al tipo le dejé a su aire arreglando la ventana. Cuando terminó le pagué (no fue nada barato el manitas de “confianza”). Al día siguiente el sistema de la cortina volvió a fallar.  Pero eso ya no importaba, me había desaparecido un billete de 50 euros del cajón. No tenía pruebas, pero los billetes no vuelan y yo tengo muy buena memoria.

Además, no sé por qué, concedí que los porteros me recogieran los paquetes a mi nombre. Fue una mala decisión. Ya se han perdido misteriosamente un par de ellos y, los que llegan, aunque esté en casa, nunca me vienen directamente: siempre tengo que bajar a recogerlos.

Entre lo de las cortinas venecianas de aluminio y los paquetitos he quedado escaldado. Ahora, siempre que puedo, intento entrar por la puerta de atrás, donde no hay portero, pero siento como me miran desde la cámara de seguridad y preparan el siguiente golpe… Y es que los porteros se aburren mucho.